La III Carrera Villa de Almanza me lleva hasta
esas bonitas tierras. A una villa tantas veces pasada; sin detenerme a la ida y
sin detenerme a la vuelta. Pasada con la tristeza del que se va y con la
alegría del que vuelve. Pero eso son cosas del ayer, hoy vuelvo un domingo de
Ramos. Vuelvo para correr, vuelvo con mis compañeros del Nunca. El
reagrupamiento en torno a un café, nada mejor para arrancar las primeras
sonrisas. Y con la alegría reflejada en los rostros nos vamos al ligero
calentamiento, y a la línea de salida.
Junto al arco de piedra, antes, muy antes, quizás
puerta de entrada a la villa, espero ya la salida. El espeaker inicia la cuenta
atrás; 10, 9…ya. Tranquilidad desde el principio, con los ánimos de los pocos
lugareños que despiden nuestros pasos. Con el sol en todo lo alto, con un hasta
pronto dejo Almanza. Del asfalto paso a un camino de tierra que tímidamente se
enfila hacia arriba. Tierra, hierba y arena para correr. Rebusco en los
recuerdos del año pasado para no cometer errores de planificación. Los robles,
con sus hojas secas, distraen mi ascensión. Amigos que me adelantan. Amigos que
adelanto. Disfruto del paisaje. Los recuerdos me llevan a la cuesta de la
“bajada técnica”; a saber todo lo que queda por delante. Bajo y llaneo hasta el
agua, después ando la dura subida, y después ya a tumba abierta. Dos o tres
inspiraciones profundas y dejarme ir. Cuesta abajo, tras los pasos de mi compañera.
Con la idea de acompañar sus pasos. Kilómetros fáciles, agradables, para volver
al asfalto. Deprisa, con todo lo que las piernas dan de si, afronto la última
calle, la que en un leve zigzag me lleva a cruzar bajo el arco, esta vez el
arco de meta.
Ya con todo terminado.
Ni ha sido fácil ni difícil. Pero me quedo satisfecho con mi carrera y con la
de mis compañeros. Satisfecho con la compañía de este domingo de
Ramos.
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